Alguna vez escribí este relato...
Hoy me atrevo a publicarlo... a ver que les parece...
Tenía los zapatos rotos. El negro patente que algún día brilló estaba opacado por capas de suciedad. Las suelas, incompletas, parecían sonreír al pegarse y despegarse del suelo. Sus zapatos, inquietos, acompañados por un bolso de piel de cocodrilo -igualmente antiguo y deslustrado- que seguramente abandonó alguna abuela; fueron lo primero en lo que me fijé al cambiarme de asiento aquella tarde en el autobús. Terminaba de llover y el sol volvía a salir, imponiéndose, como tratando de decir -¿verdad que me extrañaron?- Pero ni la misma luz que se filtraba en las ventanas lograba devolver el brillo a aquellos accesorios perdidos. Y asimismo, abstraído en tiempo y espacio, se encontraba el portador de dichos objetos, cuya mirada estaba oculta por unas gigantes gafas de sol estilo aviador.
No pude evitar seguir analizando ese personaje tan peculiar vestido de traje color caki. Su camisa, satinada, de finas rayas verticales, negras y blancas; blancas y negras, con el cuello y las mangas también negros; resaltaba su porte. No conforme con esto, atada al cogote una corbata rosada, que contaba con un juego de rayas azul marino y blancas. No pude evitar asombrarme al ver esta particularidad en sus elecciones de vestuario, pero no fue esto precisamente lo que me llamó la atención. El individuo mantenía una conversación…consigo mismo, por momentos parecía estar discutiendo y luego reía, haciendo singulares muecas con los labios. Fue entonces cuando observé sus manos blancas. Sus uñas, largas, me hicieron preguntarme si tocaba la guitarra o el arpa –quizás es músico- pensé, y por ello su originalidad. De su mano izquierda colgaba una pulsera que pude identificar como de acero, de ese que llaman "inoxidable", y en la misma, banderas, banderas de muchos países. En el anular yacía un anillo dorado con una gran piedra azul – ¡Ah!, es ingeniero, me dije… ¿en dónde trabajará?, ¡que triste que no gane lo suficiente como para comprarse unos zapatos nuevos!- luego de pensar estas cosas, pasé al brazo derecho, y en la muñeca divisé una bandita -muy ajustada por cierto- "ITALIA" era lo que decía, seguramente era de fútbol.
Volví mi mirada a su perfil, que era lo que podía vislumbrar desde mi asiento. El cabello, muy crespo –que claramente fue atacado por capas de gelatina- lo recogía con una especie de cordel, que también me brindó esa apariencia añeja y desgastada, dando origen a una escasa colita de máximo dos rizos. El rostro tenía forma triangular y estaba enmarcado por una barba mal afeitada, con pedazos de vello aquí y allá. A estas alturas el sujeto comenzó a producirme una especie de repugnancia mezclada con la curiosidad de si estaría bajo el efecto de algún narcótico, ya que en ningún momento paró de mover los pies y gesticular con las manos, como preguntando ¿por qué? Y haciendo una que otra seña. Así transcurrió un rato… riendo, discutiendo, todo en leves murmullos que solo él podía escuchar. Y yo nunca despegué mi mirada de aquel fenómeno que estaba estudiando, hasta que por fin mi mente cesó de formular hipótesis. El caballero se tranquilizó y todo pareció volver a la normalidad.
Me puse a pensar en las cosas que tenía que hacer al llegar a la casa: la tarea para el jueves, lavar el montón de ropa de la semana y leerme infinidades de libros que tratan de puras abstracciones de la vida. Abría y cerraba los ojos, víctima del cansancio pasajero, del tiempo que se va, tiempo que nunca volveré a recuperar...
Y fue en una de esas que abrí los ojos cuando finalmente pude ver su mirada…ahora era él quien bajaba la cabeza, como quien se tranquiliza y acepta su realidad, como aquel que medita cuidadosamente un acto desenfrenado e, irónicamente refleja el placer bajo la capa del pacifismo. Azules como el mismo océano en sus más puras profundidades, salientes, amenazantes, se asomaban apenas sus ojos. Y fue allí, en ese momento, que sentí miedo.
Recordé el sueño que me había hecho levantarme con los ojos húmedos. Ella se había vuelto tan pequeña, tan frágil…su mundo se vio reducido a solicitar mi ayuda para movilizarse. Postrada en su cama, le serví un vaso de agua. ¿Cómo? – Pensaba mientras vertía el preciado líquido de un recipiente a otro- ¿cómo es posible que ella tan alta, tan elegante, tan robusta?, y las lágrimas corrían por mi ojos, así como la sangre presionaba mis venas. En minutos, la vi encogerse, ya la cama se transformaba en una sabana inmensa, en donde ella era una criatura indefensa, consumida por la enfermedad, buscando a su progenitora.
Desperté con el pulso acelerado, otro día más de miedo, de temor a lo desconocido, o a lo que nunca quisiera conocer. A lo que sé que existe pero lucho para que mi mente no persista en ese espacio sombrío, limitado, que me encierra como un animal de circo, solitario… y así iba yo, solitaria, caminando por las madrugadas caraqueñas, con el viento -que seguro viene de muy lejos- jugueteando y rodeándome, como una especie de amenaza. Y fue ahí que vino a mi mente el pensamiento eterno, del que no se si podré librarme.
Los libros cayeron, haciendo un estruendo contra el suelo. Apenas me dio oportunidad de voltear. Caí en las brumas. Era aquel temor confirmado, hecho realidad, mi pensamiento matutino en el que cada amanecer moriría y cada tarde renacería, y así se iba repitiendo el ciclo. En aquel rincón no se escuchaba nada, hasta el mismo silencio se quedó callado, para que aquel hombre pudiese escuchar claramente el sonido que originaba el tragarse su saliva y disparar aquel gatillo que daría fin a unos años, quien sabe si bien o mal vividos.
De allí en adelante me sentí muerta, muerta de espíritu.
Fue un día muy extraño.
Metió la mano en su saco, como tocándose el pecho. No quería morir otra vez. Me agité como aquella vez que visitamos la casa del terror. Recuerdo que no quería entrar, y él me sujetó fuertemente. Me dijo que no había nada a que temerle, que todo era mentira, y dejé que me guiara, a través polvorientos telones, de donde cada cierto tiempo, saltaba algún payaso vestido de harapos. - ¿y a ellos no les da miedo?- me sorprendí de cuanto pude resistir, cuando en realidad, la lucha era por contener todas mis ansias de llorar y gritarle a los que me habían hecho entrar allí.
Decidí seguir caminando, ya llegaría el final… lo mismo que me decía a mi misma cuando debía atravesar el pasillo hasta la cocina, solo para calmarme la sed. Al llegar a la esquina, de no se donde, de no se que, volví a sentir miedo.
La idea de que estaba viajando en un autobús, acompañada de un presunto homicida no me hacía mucha gracia. Y había muerto esa mañana, y esa madrugada también, y cada vez que había sentido miedo. Quizás, -pensé- esta vez todo acabará, el se levanta de su asiento, con la rapidez de un rayo, torciendo una leve sonrisa a un lado de su rostro, elevando sus canicas azules, que ven a todos caer. Como he caído, como todos lo hemos hecho. A todos nos matan diariamente.
Decidí bajarme unas cuadras más arriba, solo por si acaso. Cuesta abajo, caminando, pensando quién más se había fijado en aquel personaje de traje y corbata, con sus accesorios de antaño, y si los miró como a mí. Me pregunto si ellos habrán recordado y contado las veces en que han muerto hoy, ayer, y la semana pasada.
Reconozco que hoy fue un día muy extraño.
Hoy me atrevo a publicarlo... a ver que les parece...
Tenía los zapatos rotos. El negro patente que algún día brilló estaba opacado por capas de suciedad. Las suelas, incompletas, parecían sonreír al pegarse y despegarse del suelo. Sus zapatos, inquietos, acompañados por un bolso de piel de cocodrilo -igualmente antiguo y deslustrado- que seguramente abandonó alguna abuela; fueron lo primero en lo que me fijé al cambiarme de asiento aquella tarde en el autobús. Terminaba de llover y el sol volvía a salir, imponiéndose, como tratando de decir -¿verdad que me extrañaron?- Pero ni la misma luz que se filtraba en las ventanas lograba devolver el brillo a aquellos accesorios perdidos. Y asimismo, abstraído en tiempo y espacio, se encontraba el portador de dichos objetos, cuya mirada estaba oculta por unas gigantes gafas de sol estilo aviador.
No pude evitar seguir analizando ese personaje tan peculiar vestido de traje color caki. Su camisa, satinada, de finas rayas verticales, negras y blancas; blancas y negras, con el cuello y las mangas también negros; resaltaba su porte. No conforme con esto, atada al cogote una corbata rosada, que contaba con un juego de rayas azul marino y blancas. No pude evitar asombrarme al ver esta particularidad en sus elecciones de vestuario, pero no fue esto precisamente lo que me llamó la atención. El individuo mantenía una conversación…consigo mismo, por momentos parecía estar discutiendo y luego reía, haciendo singulares muecas con los labios. Fue entonces cuando observé sus manos blancas. Sus uñas, largas, me hicieron preguntarme si tocaba la guitarra o el arpa –quizás es músico- pensé, y por ello su originalidad. De su mano izquierda colgaba una pulsera que pude identificar como de acero, de ese que llaman "inoxidable", y en la misma, banderas, banderas de muchos países. En el anular yacía un anillo dorado con una gran piedra azul – ¡Ah!, es ingeniero, me dije… ¿en dónde trabajará?, ¡que triste que no gane lo suficiente como para comprarse unos zapatos nuevos!- luego de pensar estas cosas, pasé al brazo derecho, y en la muñeca divisé una bandita -muy ajustada por cierto- "ITALIA" era lo que decía, seguramente era de fútbol.
Volví mi mirada a su perfil, que era lo que podía vislumbrar desde mi asiento. El cabello, muy crespo –que claramente fue atacado por capas de gelatina- lo recogía con una especie de cordel, que también me brindó esa apariencia añeja y desgastada, dando origen a una escasa colita de máximo dos rizos. El rostro tenía forma triangular y estaba enmarcado por una barba mal afeitada, con pedazos de vello aquí y allá. A estas alturas el sujeto comenzó a producirme una especie de repugnancia mezclada con la curiosidad de si estaría bajo el efecto de algún narcótico, ya que en ningún momento paró de mover los pies y gesticular con las manos, como preguntando ¿por qué? Y haciendo una que otra seña. Así transcurrió un rato… riendo, discutiendo, todo en leves murmullos que solo él podía escuchar. Y yo nunca despegué mi mirada de aquel fenómeno que estaba estudiando, hasta que por fin mi mente cesó de formular hipótesis. El caballero se tranquilizó y todo pareció volver a la normalidad.
Me puse a pensar en las cosas que tenía que hacer al llegar a la casa: la tarea para el jueves, lavar el montón de ropa de la semana y leerme infinidades de libros que tratan de puras abstracciones de la vida. Abría y cerraba los ojos, víctima del cansancio pasajero, del tiempo que se va, tiempo que nunca volveré a recuperar...
Y fue en una de esas que abrí los ojos cuando finalmente pude ver su mirada…ahora era él quien bajaba la cabeza, como quien se tranquiliza y acepta su realidad, como aquel que medita cuidadosamente un acto desenfrenado e, irónicamente refleja el placer bajo la capa del pacifismo. Azules como el mismo océano en sus más puras profundidades, salientes, amenazantes, se asomaban apenas sus ojos. Y fue allí, en ese momento, que sentí miedo.
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Recordé el sueño que me había hecho levantarme con los ojos húmedos. Ella se había vuelto tan pequeña, tan frágil…su mundo se vio reducido a solicitar mi ayuda para movilizarse. Postrada en su cama, le serví un vaso de agua. ¿Cómo? – Pensaba mientras vertía el preciado líquido de un recipiente a otro- ¿cómo es posible que ella tan alta, tan elegante, tan robusta?, y las lágrimas corrían por mi ojos, así como la sangre presionaba mis venas. En minutos, la vi encogerse, ya la cama se transformaba en una sabana inmensa, en donde ella era una criatura indefensa, consumida por la enfermedad, buscando a su progenitora.
Desperté con el pulso acelerado, otro día más de miedo, de temor a lo desconocido, o a lo que nunca quisiera conocer. A lo que sé que existe pero lucho para que mi mente no persista en ese espacio sombrío, limitado, que me encierra como un animal de circo, solitario… y así iba yo, solitaria, caminando por las madrugadas caraqueñas, con el viento -que seguro viene de muy lejos- jugueteando y rodeándome, como una especie de amenaza. Y fue ahí que vino a mi mente el pensamiento eterno, del que no se si podré librarme.
Los libros cayeron, haciendo un estruendo contra el suelo. Apenas me dio oportunidad de voltear. Caí en las brumas. Era aquel temor confirmado, hecho realidad, mi pensamiento matutino en el que cada amanecer moriría y cada tarde renacería, y así se iba repitiendo el ciclo. En aquel rincón no se escuchaba nada, hasta el mismo silencio se quedó callado, para que aquel hombre pudiese escuchar claramente el sonido que originaba el tragarse su saliva y disparar aquel gatillo que daría fin a unos años, quien sabe si bien o mal vividos.
De allí en adelante me sentí muerta, muerta de espíritu.
Fue un día muy extraño.
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Metió la mano en su saco, como tocándose el pecho. No quería morir otra vez. Me agité como aquella vez que visitamos la casa del terror. Recuerdo que no quería entrar, y él me sujetó fuertemente. Me dijo que no había nada a que temerle, que todo era mentira, y dejé que me guiara, a través polvorientos telones, de donde cada cierto tiempo, saltaba algún payaso vestido de harapos. - ¿y a ellos no les da miedo?- me sorprendí de cuanto pude resistir, cuando en realidad, la lucha era por contener todas mis ansias de llorar y gritarle a los que me habían hecho entrar allí.
Decidí seguir caminando, ya llegaría el final… lo mismo que me decía a mi misma cuando debía atravesar el pasillo hasta la cocina, solo para calmarme la sed. Al llegar a la esquina, de no se donde, de no se que, volví a sentir miedo.
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La idea de que estaba viajando en un autobús, acompañada de un presunto homicida no me hacía mucha gracia. Y había muerto esa mañana, y esa madrugada también, y cada vez que había sentido miedo. Quizás, -pensé- esta vez todo acabará, el se levanta de su asiento, con la rapidez de un rayo, torciendo una leve sonrisa a un lado de su rostro, elevando sus canicas azules, que ven a todos caer. Como he caído, como todos lo hemos hecho. A todos nos matan diariamente.
Decidí bajarme unas cuadras más arriba, solo por si acaso. Cuesta abajo, caminando, pensando quién más se había fijado en aquel personaje de traje y corbata, con sus accesorios de antaño, y si los miró como a mí. Me pregunto si ellos habrán recordado y contado las veces en que han muerto hoy, ayer, y la semana pasada.
Reconozco que hoy fue un día muy extraño.
1 comentario:
Te mereces un aplauso.. siempre me sorprendes... Saludos y besos... Me imagine al personaje del bus y me acordé de un primo mio igualito pero vive en Puerto La Cruz... ;)
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